lunes, 21 de marzo de 2011

Santino

El tiempo y vos me enseñaron a amarte y me enseñan cada día. Tus ojos se parecen a tus ojos de una manera inconfundiblemente tuya en mi memoria. Tu llanto ha comenzado a despedirme, has descubierto mi partida, tu llanto ocupa toda la angustia mía. Así también, tu sonrisa ocupa toda mi alegría. Con miradas, llantos y sonrisas he aprendido tanto de ti y nada te he enseñado todavía.

sábado, 12 de marzo de 2011

El abuelo potoco

El abuelo potoco (sobrenombre homónimo a potoca que era la abuela) fue apagándose lentamente por un cáncer que hizo estragos al propagarse por todo su erguido cuerpo. Flaco, fachero, gringo y buen tipo lo recuerdo, no quiso que ninguna de sus mujeres lo afeite, bañe o vista. Fui a vivir a la casa de mis abuelos porque era el único hombre de la familia en la ciudad, el único al que él le permitiría acceder a sus más íntimos secretos. Recuerdo que abandonó su cama matrimonial para siempre (no lo sabía entonces) y nos mudamos a la pieza de los juguetes, donde había dos camas simples, una para cada uno. Pronto una cama de hospital remplazó la suya, no la mía.

Mi abuelo era un médico conocido en su época, había sido médico de la cárcel de Coronda y el doctor del pueblo por supuesto, luego atendió un breve lapso en la ciudad de Santa Fe y siguió asistiendo a la familia hasta los últimos días. Así que, imaginen ustedes, de estas cosas sabía más que el joven doctor que lo atendía, controló la situación estratégicamente a su gusto y piacere.

Postrado en su cama, combatiendo los intensos dolores que lo asediaban hizo caso omiso a todas las indicaciones del doctorcito y se salió con la suya durante largo tiempo. Me daba pena aquel hombre, llegaba con sus indicaciones celestiales, tono soberbio e intimidante y luego era sometido a pacientes interrogatorios del abuelo, que lo hacían explicar la teoría de sus diagnósticos y recetas como si fuera un examen universitario, para forzarlo luego a cambiar recetas y diagnósticos.

Cansado de ser continuamente manipulado por este viejo biscacha, citó a una reunión secreta de la que participamos la abuela potoca, mamá, la tía Bettina y yo. Estas reuniones se formalizaron para establecer estrategias tendientes a combatir los caprichos del viejo médico.

Recuerdo en especial un hermoso día soleado, recuerdo que una suave briza golpeaba mi cara en el jardín trasero de la casa de mis abuelos cuando sonó el timbre, se escuchaba perfecto gracias a un segundo portero ubicado en el cuarto principal que poseía una puerta ventana a dicho patio. El otro portero estaba lógicamente en la cocina al frente de la casa, una ingeniería del viejo médico, alguien atendió en la cocina y yo corrí al cuarto de los juguetes. Aquel día el abuelo estaba especialmente dolorido, así habían sido sus tres días anteriores según recuerdo, el doctorcito fue directamente al cuarto de los juguetes y le anunció que debía comenzar a suministrar morfina. Le siguieron pacientes interrogatorios y extensas explicaciones que se repitieron día a día y la morfina no se aplicaba, los dolores se intensificaban, pero el viejo no cedía.

En el comité no se discutía otra cosa, yo no entendía sus negativas pero intuía la gravedad del caso, un día el doctorcito llegó resignado y el abuelo le dijo, comencemos con la morfina, es tiempo.

El primer día que lo vi muerto dos cosas me sorprendieron, recuerdo que la tía Bettina le recriminó al médico que no le haya advertido la gravedad del estado del abuelo (lo amaba demasiado) y la otra es que me di cuenta que el abuelo jamás osó llenarme de consejos trascendentales, sabía que se iba y fui testigo de su silencio.

viernes, 4 de marzo de 2011

EL TAPIA

El Tapia era esos tipos oscos y brutos a más no poder, como amigo era de fierro y te hacía cagar de la risa, el problema era que en pedo se ponía muy picante el hijo de puta, encima el loco era impresentable, jujeño de pura cepa, un coya total... bien oscuro y fiero, pero mientras estaba sobrio era una seda, más bueno que Heidi. Antes de salir de joda nos prometía portarse como un duque, cuando me vean boludeando me sacan a los ponchazos nos decía, pero siempre se la ingeniaba para buscar quilombos y ¿quién lo iba a sacar a los ponchazos? si todos los amigos éramos las carmelitas descalzas al lado del Tapia.

Capitulo 1: El choripán no es hamburguesa.

Hay anécdotas para tirar para arriba y muy divertidas para contarlas, no así para vivirlas ya que siempre pagamos los platos rotos los amigos que ligábamos los puñetazos perdidos, era un martirio ser su amigo, lo bancábamos porque era de fierro el loco. Me acuerdo una que lo sacamos re en pedo de un boliche para que no se pelee, nos compramos unas hamburguesas en un carribar y caminamos tranqui de vuelta a casa, cuando pasamos frente a un grupo de quince limpiavidrios que estaban chupando vino desde las ocho de la noche en el umbral de una cochera, uno me grita, ¡hey cheto! donde compraste ese choripán, instantáneamente lo agarre al Tapia con las dos manos y le rogué, no Tapia no por favor no, se zafó de mi sin complicaciones y le dijo al negro que había gritado, mirá grone (¡que caradura!, el tapia era el negro más caradura del planeta) esto no es un choripán es una hamburguesa, porque el choripán es comida de negro y además esta hamburguesa la compré en la concha de tu madre, se dio vuelta y me dijo, no te preocupes a estos si los apuras un poquito se cagan todos. Nos pegaron una paliza, que ni te cuento, el Tapia salió bastante bien parado, pero nosotros terminamos en la guardia del Cullen disfrazados de moretón.

Capitulo 2: La del sombrero cowboy.

Me prometí no salir más con el Tapia, que se vaya a cagar, siempre nos metía en quilombo o nos hacía quedar para el culo y siempre se las ingeniaba para a convencerte de que se iba portar bien. El colmo fue lo del casamiento de Gabriel Gómez Cello, ahí la terminó de cagar del todo, antes debimos pararle el carro, hubo varios antecedentes que nos anticipaban la desgracia, como el otro cuento del flaco del sombrero cowboy.

La del flaco del sombrero cowboy fue el límite, allí debimos pararle el carro o mandarlo a la mismísima mierda, era el anticipo a la fatalidad, hoy con el diario de ayer parece que era evidente que tarde o temprano iba a rebalsar el vaso. Ese día habíamos ido a bailar a Monte Vera que es un pueblito cercano a Santa Fe, allí las minas eran un poco más accesibles, al menos le sacabas charla y no te hacían quedar como un pajero como las conchetas de la city, la cosa que estábamos tomando un fernet, el tapia ya estaba en pedo desde antes de entrar al boliche y pasa este flaco con botas blancas y sombrero cowboy en composé. Vamos a decir la verdad, incluso ustedes le hubieran dicho algo, botas y sombrero cowboys blanco, recién compraditos, estrenados para esa fiesta, seguro pagó un toco de guita por esa pilcha, pero el flaco entró saludando a todo el mundo, saludó a los patovicas de la entrada con abrazos y grandes escándalos, saludó a todas la minitas, a los vagos de la barra, a los diyeis, parecía el dueño del boliche o del pueblo, no sé, pero seguro que conocía más gente que nosotros que estábamos de visitantes.

No va que el Tapia le saca el sombrero, se lo pone y empieza a hacer monería, se ponía las manos en los bolsillos como imitando tener dos pistolas y dos cartucheras y sacaba las manos apuntando con los dedos índices hacia adelante y los dedos gordos hacia arriba e imitaba el ruido de disparos y cosas así (acá también vamos a decir la verdad, nosotros nos despanzabamos de la risa y el Tapia se cebaba). El flaco tranquilo, lo dejó jugar un rato como controlando la situación y le dice al Tapia, mira no quiero quilombos devolveme el sombrero y cada uno a su juego ¿no te parece, gordito?, para que… dijo gordito, instantáneamente dejamos de reírnos y nos atacó la angustia pre-quilombo, el Tapia lo miró, le sacaba casi una cabeza al pobre flaco, así que tuvo que inclinarse para mirarlo a los ojos y le dijo, yo si quiero quilombo y le encajó un piña que casi lo desmaya. Con el Pampa dijimos ¡rrrajeeemos!, agarramos al Tapia como pudimos y lo arrastramos hasta la puerta, se nos escapaba por todos lados, quería quedarse a toda costa y nosotros queríamos irnos a toda costa. Cuando llegamos a la puerta le habíamos dado suficiente tiempo al flaco para juntar refuerzos y pucha que había tenido convocatoria, te juro no eran menos de 35 tipos en la puerta, los patovicas cómplices nos dieron el empujón final y cerraron las puertas del boliche a nuestras espaldas, no había escapatoria. Lo peor de todo es que cuando buscamos al Tapia había desaparecido, si escucharon bien, las dos carmelitas descalzas (Pampa y yo) quedamos solos contra 35 energúmenos, yo lo puteaba al Tapia en mil colores y el Pampa un poco más corajudo me dice, pongamos espalda con espalada, ahora parecíamos nosotros los cowboys, una ridiculez total. El tiempo no pasaba más, nadie daba el primer paso y nosotros ganamos tiempo en una posición que al fin y al cabo nos salvó la vida, estuvieron como cinco minutos hasta que uno me tiró una piña media blanda que alcancé a tapar con la izquierda y volví a la posición inicial junto a mi compañero. Ya se venía la debacle cuando se escuchó una frenada furtiva y la camioneta del Tapia aparece en escena de costado como si hubiera puesto el freno de mano y doblado bruscamente (le encantaba hacer esas boludeces cuando estaba en pedo) y la deja justo entre la multitud y nosotros. Y acá viene lo peor, ¡se baja con un Arma! y encañona al flaco del sombrero en el medio de la frente, no quedó ni el loro. Todavía me tiemblan las patitas cuando me acuerdo, nos subimos a la camioneta, el Tapia guardó el arma en la guantera y salimos despacito de vuelta a Santa Fe, como a los quince minutos el Pampa resignado le dice al Tapia, mirá si se te disparaba un tiro pelotudo y el Tapia le contesta riendo groseramente, pero si no estaba cargada gil y yo casi me tiro de la camioneta, ¡Tapia hijo de re mil puta!

Capitulo 3: El casamiento de Gómez Cello.

No hubiésemos vuelto a salir con el Tapia pero al poco tiempo, no sé como mierda, se pone de novio (una cosa que parecía imposible) y con esa escusa volvimos a salir juntos nuevamente. Se portó como un duque por dos o tres meses hasta el casamiento de Gabriel Gómez Cello. La novia del tapia (la invitada al casamiento), era una petisa colorada, hija de un productor agropecuario del interior de Entre Ríos y Gabriel Gómez Cello era el hijo de un importante distribuidor de fertilizante, nosotros fuimos como amigos del Tapia que le insistió a la colorada que nos haga invitar, en eso era de fierro, ligamos una fiesta a todo culo. La novia de Gabriel estaba más buena que el dulce de leche y ya antes de la joda el Tapia insistía con que la mina le tenía ganas, una boludez total.

Por supuesto que llegamos a la Iglesia y el Tapia ya estaba en pedo, su voz retumbaba y éramos el centro de atención de las miradas furtivas de los demás invitados, la Colo era cómplice y se divertía con nosotros, se hacía la rebelde way pero no sabía la que le esperaba. En la fiesta durante la cena el Tapia se paraba a cada rato y se iba al lado de la novia para sacarse fotos, hacía chistes malos, la ayudaba con esto, con aquello, estaba más pesado que tren a pedales. Al llegar el vals, mientras la novia bailaba con el novio y el padre de la novia y los demás familiares y amigos más cercanos se preparaban para seguirlo, el Tapia irrumpió en la pista, no Tapia, le dijo la Colo desconcertada, todavía no, pero ya estaba meta baile. La gente lo tomó con gracia, pobre jujeño, habrán pensado, no tiene ni idea como viene la mano, pero el Tapia sabía bien como venía la mano, lo que pasa es que para esa altura se creía con más autoridad que nadie.

Como vi forcejear a la novia mientras bailaba el vals con el Tapia, le pregunté al Tapia que le había dicho y me dijo, nada le dije que estaba muy flaquita que se lo decía desde un punto de vista médico y le pellizqué la cintura para mostrarle que le faltaban un par de rollitos para estar perfecta, es que me gustan más rellenitas viste, me replicó. Me cagué de risa, no pensé que podía pasar a mayores.

Después la sacó a bailar cumbia y la apretó de más, se veía a la legua, la Colo se calentó y lo fue a buscar y lo cagó a pedos, pero el Tapia ni bola, la mandó a la mierda y a partir de allí estuvimos solos los tres, bailando como si la Colo no existiera. La novia huía despavorida por toda fiesta, el Tapia insistía en que la mina le tenía ganas y nosotros, no se para que entramos en el jueguito, le decíamos, Tapia te está mirando y el Tapia se agrandaba como un sapo.

Como a las cinco de la mañana en un momento de distracción el Tapia la encaró mal, la invitó a coger directamente y luego una sucesión de hechos, que paso a detallar, desembocaron en tragedia. La novia le pega un cachetazo al Tapia (lógico), el Tapia le devuelve el cachetazo (una animalada), la madre de la novia salta a la defensiva (lógico) y también liga y cae al suelo desmayada (sin palabras), el tapia se ensaña con la novia y la vuelve a golpear tres veces, aparece el novio que también liga, saltan todos los familiares y el Tapia empieza a cobrar un par de puñetazo, patadas, sillas en la cabeza, un botellazo pero el loco se mantenía en pie volteando muñecos, parecía un espartano en el paso de las Termópilas conteniendo el avance del ejercito de Jerjes (como en la peli de los 300 viste). Continuaban apareciendo nuevos contrincantes con nuevos elementos que hacían crujir sobre el cuerpo estoico del luchador, he de confesar que nosotros un poco más apartados del quilombo encestamos un par de golpes inocentes para ayudar al solitario Tapia.

Al cabo de unos cuarenta minutos el salón imitaba un campo de batalla romano, decenas de cuerpos abatidos yacían alrededor del Tapia que para entonces había caído de rodillas ya sin fuerzas para combatir, mientras los últimos cuatro invitados en pie, dos mujeres y dos hombres, lo golpeaban con cajas de madera vacías de esas que sirven para guardar las copas de champan. Nosotros y un par de ancianos sentados en el fondo contemplábamos atónitos el cuadro cuando apareció la policía. Mientras estaban esposando al Tapia, me percaté que la novia ensangrentada de rodilla lloraba levantando el cuerpo de su madre, intuí lo peor.

Durante los meses siguientes, llovieron las denuncias en contra del Tapia, había más denuncias que invitados, un record total y ligamos nosotros en la volteada. Parece que la vieja no murió pero estuvo muy grave, le falló el bobo y no sé qué otra cosa, la pobre se recuperó a medias, media cara, una mano, una pierna, un desastre y fue contra el Tapia hasta las últimas consecuencias. Sobre nosotros recayó una pena menor y zafamos colaborando en un asilo de ancianos, en cambio el Tapia se comió un año en cana, no pudo zafar por la gravedad de las acusaciones que recaían sobre él. Pero lo peor fue que desde entonces nunca más nos invitaron a una fiesta, ni nuestros familiares más cercanos, y pensar que creí que nunca más lo iba a perdonar.