domingo, 4 de septiembre de 2011

ALGO NO SE PODRÁ CAMBIAR (Escrita por Javi88 con aportes de loco88)

El disparo fallido en la noche aún retumbaba en los tímpanos rotos del Emir Zakull que a pesar de haber sido heredero de una inmensa fortuna, no había sabido ser feliz. Pensaba que la vida que le habían asignado desde muy pequeño le resultaba una fingida interpretación de la que no deseaba participar. Cada vez que cerraba sus ojos, en el más atestado silencio del desierto, el eco de la muerte le repiqueteaba el alma y dando un fuerte respiro, tomaba fuerzas para convencerse otra vez, de que así no podría continuar.

Le faltaba dar un salto hacia adelante, en su mente el Emir Zakull tenía todo planeado para recomenzar una nueva vida. Por primera vez afloraba en su corazón duro un sentimiento de agobio, estaba arrepentido de haber engañado a su fiel harén con todos los harenes que se le cruzaron en su trayecto de vida vacio y estrellado. Su padre, siempre presente en los momentos difíciles y fáciles, le decía: “Los años no vienen solos, llegan acompañados de los más diversos achaques”, eran las sabias palabras del viejo propietario del harén más famoso de la tierra, casi 700 doncellas en servicio en su momento de esplendor. Pero Zakull, que más amaba los silencios que los consejos de su erudito padre, sufría de verdad, él amaba a su harén, eran las mujeres de su ida y las estaba perdiendo por su culpa. El harén no había dejado de reclamarle que cambiara y quizás por viejas e inconfesables rémoras, el Emir no podía cambiar, o mejor dicho no quería, pero eso nadie lo sabía, ni menos su más fiel amigo, que de saberlo no lo hubiera soportado y también lo habría abandonado. Si bien al comienzo de cada relación el Emir intentaba adaptarse a la nueva agraciada, mostrándose servicial, respetuoso y agradable, escondiendo sus aspectos más inconfesables, con el solo fin de hacer más fácil el período de adecuación a la vida de aburrimiento y opresión con que estas bellísimas jóvenes se irían a encontrar; al poco tiempo afloraba la verdadera personalidad del Emir y ya de nada valía la importante suma que la familia de las muchachas habían recibido a cambio de entregarlas frescas y vírgenes. Las más jóvenes aún no llegaban a la pubertad, y muchas nunca llegarían.

Sus habituales escapadas duraban semanas o meses pero en la última se le había ido la mano, un año exacto de ausencia sello en el harén un rencor irreconciliable. Por el contrario para Sakull ese año de aventuras y desventuras lo había persuadido de que jamás encontraría otro harén al que amara más que lo que amaba a éste. Ahora deseaba tanto a su harén, esté a donde esté llamaba todos los días, cada una contaba con teléfono satelital propio, si por placer (ya que nunca por trabajo) se ausentaba más de un día, volvía rápido y sin detenerse en ningún lado, para encontrarlas. Cuando no las hallaba salía raudo a buscarlas por todas partes. Se presentaba sin avisar para sorprender al harén con un regalo, quería demostrale que sería capaz de cambiar de una vez y para siempre. Sus movimientos parecían sinceros, al menos esa era la intención, que sin querer demostraba. Pero el harén continuaba irritado y sabiendo que corría con ventaja, no le dirigía la palabra desde la última vez que Zakull se había ido del hogar. Para no romper su aletargada monotonía habían decidido que sería la doncella fea quien oficie de portavoz y comunicase los deseos del harén. Sabemos bien el significado terrible de “deseo” para una mujer despechada, imaginemos entonces, lo que será para un harén de tantas mujeres enfurecidas y las que ni siquiera están dispuestas a conceder un centímetro de terreno en pos de acercar posiciones.

En susurros, como caricias de viento sobre pétalos, la fea doncella empezó a enumerar su listado de pedidos. Lo primero e impostergable era que querían toda la atención hacia ellas y cuando con esa voz suave y melódica pronunciaba la palabra “toda” hablaba de exclusividad absoluta algo atrozmente inhumano para el Emir, una cosa que le resultaría muy difícil, quizás más que bañarse.
El segundo, no menos importante que el anterior, rayaba la locura, le pedian que abandonase su deporte preferido (patinaje sobre pantuflas agarrado a la puerta de un auto que corre a más de cien km por hora) del cual era indiscutido campeón y oficial representante en las olimpíadas de verano en el desierto.
El próximo pedido que se correspondía con el primero, en una suerte de vaivén rocambolesco de nunca terminar, consistía en que se bañara todos los días, que se afeitara la barba blanca y especialmente que se cortara el pelo, incluidas las dos colitas que ocultaba bajo la túnica.

Además debería cambiar su forma de vestir, no podría usar nunca más polleras ni minifaldas, ni siquiera en bailes de disfraces ni en ocasiones oficiales.
No podría utilizar nunca más las malas palabras que inundaban sus verborrágicos discursos radiotelevisivos.

Las fechas importantes las debería recordar sin esfuerzo y sin la ayuda de sus secretarias, agendas o ridículos programas de cálculos bajados de internet, especialmente los aniversarios de casamiento. En los cumpleaños de cada una de las esposas las debería sorprender con regalos y salidas originales. Se le pedía que disfrutara más de las películas románticas y comedias que de sus favoritas de ciencia ficción y tiros.

Debería comer menos y con la boca cerrada, ni siquiera tomar a pico de la botella y por sobre todo dejar de eructar al inicio y al fin de cada comida, costumbre atávica muy difundida en el emirato.

Los amigos y las salidas con ellos deberían restringirse al punto mínimo. Y a alguno de ellos (ya circulaba un papelito con los nombres) directamente no los debería ver nunca más. A la cancha y a las carreras de camellos debería dejar de ir desde ese día.

El último punto antes de voltear la página decía: debería ser menos apegado a su numerosa familia, solo en casos urgentes podría ver a sus padres, hermanos y abuelos. Zakull ya comenzaba a sufrir dolores de estómago y solo había llegado a leer la primera página de la extensa lista que por razones epistemológicas dejamos al soberano arbitrio de los conocedores de esta historia.

Algunas personas, especialmente cuando estas personas son mujeres reunidas en un harén, piensan y creen firmemente que su pareja, esposo, señor, compañero o como quieran llamarlo, es como una memoria de computadora con entrada USB a la que se le puede cargar información según sus gustos y caprichos. Cae de maduro que este arquetipo de sujeto está intentando cambiar a la persona elegida en otra distinta, cuando lo aconsejado por todos los médicos, gurúes y entendidos es dejar en completa libertad al otro y que simplemente sea como quiera ser. Vuela hacia mi memoria aquel dicho, que dice más o menos así: “el amor es como un pájaro, déjalo libre, si te ama volverá, sino, más vale pájaro en mano que cien volando”.

En rigor de la verdad, es lícito pretender algún cambio en el otro, pero siempre y cuando el otro quiera. Si bien podemos afirmar que no es una cosa tan mala querer cambiar, debemos reconocer que no lo es en la misma medida que no querer cambiar. Ante la negativa del cambio propuesto, existe la posibilidad de buscarse otra persona, que se ajuste más a los intereses y requerimientos del sujeto originante del pedido de cambio. Dicho de manera más simple, no es el fin del mundo una negativa al cambio pretendido, muy probablemente sea el inicio de una nueva vida mejor. Los cambios son positivos, si se producen libre y espontáneamente, ya que es una forma de crecer, el problema surge cuando es la contraparte la que ambiciona esos cambios e intenta contribuir influyendo para que se realicen. ¿Serán mis cambios un traslado de tus cambios?, ¿Serán mis transformaciones una evolución o una distorsión?, depende.

Atendiendo a la hipótesis de que el cuestionado personaje se renueve, el cambio ocasionará un perjuicio contra sí mismo y a la contraparte; en este caso volviendo a la experiencia del Emir, éste solo arriesgará que el harén se enamore de otro, por lo cual se volverá a quedar solo y sin nada. Y estemos seguros, palabra de un conocedor, que Zakull no querrá favorecer a un tercero en detrimento de sus posibilidades. Para colmo de males, las mismas cosas por las cuales el harén se puso tan molesto son aquellas que inicialmente lo enamoraron perdidamente del Emir Zakull.

Si bien las mujeres del harén están confinadas en sus cuartos, para evitar confabulaciones, a la hora del baño, cuando se juntaban para ponerse lindas y perfumadas se oían comentarios del tipo:

- “Ay… lo viste, como me encanta…es tan desestructurado…, tan impredecible...” y ahora le achacan culpas de desprolijidad, impuntualidad y de que no tiene un norte, en estos pagos mejor decir un oeste.

- “Que atractivo y seductor que es…que simpático…tiene un estilo...que maneras...” y una de las causas de la ruptura es que ahora lo ven como un picaflor, que le tira onda a todas y que corre detrás de cualquier túnica subida más arriba de los tobillos.

- “Su cuerpo es increíble, sus músculos me enloquecen…es una escultura griega, un Adonis...” y ahora le dicen a los gritos “Vos y tus deportes nos tienen podridas”.

Gritando como un loco nuestro querido Zakull repetía: “Grábenselo a fuego, nadie cambia lo que tiene profundamente arraigado en su personalidad y es un grave error querer forzar a los demás hacerlo, pero es aún peor el proceder de quién permite ser cambiado”. Eran los lamentos del Emir hacia un impávido grupo de cabras, que, por terror o impedimento, solo lo miraban y asentían con balidos. Sin razonar que sus bizarros espectadores, envueltos en pulóveres de pelo largo, seguían atentamente su discurso sin dejar de masticar. El Emir Zakull continuaba pensando en voz alta: “por intentar reconquistarlas, haciendo el gran esfuerzo de empezar a cambiar, de querer ser quién no soy, he perdido mi autenticidad y esencia y estoy corriendo un serio riesgo, el peor riesgo que pueda correr un hombre del desierto, no poder reconocerse ante el espejismo, lo cual además de mostrarme como un débil y que no tiene amor propio, hará que ellas se desenamoren aún más por estos excesivos y ridículos cambios que por aquellos superficiales y aparentes errores cometidos”. Pasa un minuto largo de meditación con silencio sepulcral y en un nuevo embate oral hacia las cabras que sonó más a justificación que a reflexión gritó como en un partido de truco: “¡Claro está que alguna concesión podría regalaaaaahhhhrrrrrrrr! eso sí, solamente con la sana intención de nutrir la compleja relación de pareja con mi harén querido”. Alzó la vista y con una seguridad espasmódica les preguntó a las cabras: “¿Alguien puede contradecirme en que todos tendríamos algo para cambiar o arreglar para mejorar?” y las cabras moviendo de derecha a izquierda sus cabezas, asentían con su consabido balido: “behhhhhhh...”

Lo cierto es que si el precio de soportar esta tortura diaria para complacer a su harén era la pérdida total de su personalidad se daba por descontado que todos sufrirían por igual, ellas que querían cambiarlo y no lo conseguirían y fundamentalmente el Emir Zakull porque por el deseo de querer complacerlas dejaría de ser él mismo y estén seguros, palabra de un conocedor, que no se hará responsable de las locuras que podría llegar a cometer, ya que como buen Emir estaba acostumbrado a hablar únicamente por sí mismo.

Corroborando esta leyenda, la que forma parte de los anales de la historia real y verdadera, en el memorable oasis que una vez existiera, encontramos el templo destruido donde el Emir Zakull cometió matrimonio con su harén y de cuya puerta cuelga un pedazo de madera, a medio chamuscar pero aún legible, como santo consejo para peregrinos y viajeros del tiempo. En el mismo se leía: “El harén se casa esperando que el Emir cambiará; el Emir se esposa pensando que el harén no cambiará. Ambos están equivocados” Debajo, con sangre, firmado: “Amén Omnipotente”.

Rey Vaj
2011



domingo, 17 de abril de 2011

Del dicho al hecho.

Sin poder siquiera interpretarle, fijando la mirada en su rostro amable, sin oír palabra alguna de su boca, pasible, inmóvil y casi ausente, fingía estar atento a sus demandas. Su cuerpo estaba allí sentado en una mesa bien servida para ambos, su mente en cambio lejana y casi ausente vagaba por recónditos parajes. De pronto sin cambiar su placida sonrisa, en un lento y conciliable movimiento, simulando el deseo de besarla, ardid éste que permitió acortar distancia, se ve con el tramontina que antes untaba la manteca en la crujiente tostada, clavada ahora en el cuello de su amada. Más ella lo volvió a este mundo levantando un poco la voz y los reclamos, despierta de tus fantasías y tu mundo, dejá de soñar cuando estas despierto.

En la puerta de su casa como siempre el vecino lo esperaba que partiera, inútil fueron los intentos de esquivarle, ni saliendo más temprano, ni más tarde. Con perfecta sincronía lo enganchaba y lo instaba con sus múltiples problemas, arreglame la humedad que me causaste, que tu baño tiene un caño roto y pierde agua. En plena calle, en pleno día, estrangula a su vecino muy campante y lo mira ahogarse en sus reclamos y lo mira y lo mira complacido. Como siempre en la esquina se separan y le grita, y mi esposa tiene asma que se agrava con esa humedad que me causaste.

Al llegar al trabajo lo esperaba la histeria de la chica de la entrada, que jugaba con sus débiles pasiones, incitando y rechazando sus propuestas, varias veces había sido incitado e igual veces había sido rechazado. Sin saludo ni formalidad alguna, con fuerza le golpea la cabeza, la golpea con la silla de la sala, dando muerte a la chica de la entrada. Ella anuncia que lo espera en su oficina el jefe de los jefes, has llegado un poco tarde como siempre, lo instiga la histérica chica de la entrada.

El jefe de los jefes lo sacude de inmediato, siéntese en la silla abandonada, ha llegado tarde como siempre y saldrá más tarde de castigo. Saltando a la mesa de reuniones y usando la espada que colgaba decorando la pared de aquella sala, de un tajo deja rodando por el suelo, la cabeza del jefe de los jefes. Entregue al final del día los extractos conciliados de todas las cuentas de la empresa, los bancos requieren los balances y declaro a usted el responsable, dice el jefe de los jefes.

El kiosquero lo miraba aproximarse con su habitual cara de reclamo, dos meses me debes de cuentas impagas y estoy harto de esperar a que me pagues, a este le perdono yo lo vida pues el pobre es pobre hasta los huesos, siete veces lo asaltaron en dos meses, los meses que mi deuda yo no pago, pero igual usando el arma que el kiosquero tenía para repeler los asaltos que le hacían, le dispara un tiro bien certero en medio de los ojos del kiosquero. Nuestro amigo intenta despertarse, dejar de soñar mientras está despierto, abre fuerte sus ojos y se desvela, pero nada cambia la tétrica escena, pronto aparecen los curiosos asombrados por el ruido del disparo y él siente algo que se cae de su mano y su pierna le golpea, es el arma disparada del kiosquero.

lunes, 21 de marzo de 2011

Santino

El tiempo y vos me enseñaron a amarte y me enseñan cada día. Tus ojos se parecen a tus ojos de una manera inconfundiblemente tuya en mi memoria. Tu llanto ha comenzado a despedirme, has descubierto mi partida, tu llanto ocupa toda la angustia mía. Así también, tu sonrisa ocupa toda mi alegría. Con miradas, llantos y sonrisas he aprendido tanto de ti y nada te he enseñado todavía.

sábado, 12 de marzo de 2011

El abuelo potoco

El abuelo potoco (sobrenombre homónimo a potoca que era la abuela) fue apagándose lentamente por un cáncer que hizo estragos al propagarse por todo su erguido cuerpo. Flaco, fachero, gringo y buen tipo lo recuerdo, no quiso que ninguna de sus mujeres lo afeite, bañe o vista. Fui a vivir a la casa de mis abuelos porque era el único hombre de la familia en la ciudad, el único al que él le permitiría acceder a sus más íntimos secretos. Recuerdo que abandonó su cama matrimonial para siempre (no lo sabía entonces) y nos mudamos a la pieza de los juguetes, donde había dos camas simples, una para cada uno. Pronto una cama de hospital remplazó la suya, no la mía.

Mi abuelo era un médico conocido en su época, había sido médico de la cárcel de Coronda y el doctor del pueblo por supuesto, luego atendió un breve lapso en la ciudad de Santa Fe y siguió asistiendo a la familia hasta los últimos días. Así que, imaginen ustedes, de estas cosas sabía más que el joven doctor que lo atendía, controló la situación estratégicamente a su gusto y piacere.

Postrado en su cama, combatiendo los intensos dolores que lo asediaban hizo caso omiso a todas las indicaciones del doctorcito y se salió con la suya durante largo tiempo. Me daba pena aquel hombre, llegaba con sus indicaciones celestiales, tono soberbio e intimidante y luego era sometido a pacientes interrogatorios del abuelo, que lo hacían explicar la teoría de sus diagnósticos y recetas como si fuera un examen universitario, para forzarlo luego a cambiar recetas y diagnósticos.

Cansado de ser continuamente manipulado por este viejo biscacha, citó a una reunión secreta de la que participamos la abuela potoca, mamá, la tía Bettina y yo. Estas reuniones se formalizaron para establecer estrategias tendientes a combatir los caprichos del viejo médico.

Recuerdo en especial un hermoso día soleado, recuerdo que una suave briza golpeaba mi cara en el jardín trasero de la casa de mis abuelos cuando sonó el timbre, se escuchaba perfecto gracias a un segundo portero ubicado en el cuarto principal que poseía una puerta ventana a dicho patio. El otro portero estaba lógicamente en la cocina al frente de la casa, una ingeniería del viejo médico, alguien atendió en la cocina y yo corrí al cuarto de los juguetes. Aquel día el abuelo estaba especialmente dolorido, así habían sido sus tres días anteriores según recuerdo, el doctorcito fue directamente al cuarto de los juguetes y le anunció que debía comenzar a suministrar morfina. Le siguieron pacientes interrogatorios y extensas explicaciones que se repitieron día a día y la morfina no se aplicaba, los dolores se intensificaban, pero el viejo no cedía.

En el comité no se discutía otra cosa, yo no entendía sus negativas pero intuía la gravedad del caso, un día el doctorcito llegó resignado y el abuelo le dijo, comencemos con la morfina, es tiempo.

El primer día que lo vi muerto dos cosas me sorprendieron, recuerdo que la tía Bettina le recriminó al médico que no le haya advertido la gravedad del estado del abuelo (lo amaba demasiado) y la otra es que me di cuenta que el abuelo jamás osó llenarme de consejos trascendentales, sabía que se iba y fui testigo de su silencio.

viernes, 4 de marzo de 2011

EL TAPIA

El Tapia era esos tipos oscos y brutos a más no poder, como amigo era de fierro y te hacía cagar de la risa, el problema era que en pedo se ponía muy picante el hijo de puta, encima el loco era impresentable, jujeño de pura cepa, un coya total... bien oscuro y fiero, pero mientras estaba sobrio era una seda, más bueno que Heidi. Antes de salir de joda nos prometía portarse como un duque, cuando me vean boludeando me sacan a los ponchazos nos decía, pero siempre se la ingeniaba para buscar quilombos y ¿quién lo iba a sacar a los ponchazos? si todos los amigos éramos las carmelitas descalzas al lado del Tapia.

Capitulo 1: El choripán no es hamburguesa.

Hay anécdotas para tirar para arriba y muy divertidas para contarlas, no así para vivirlas ya que siempre pagamos los platos rotos los amigos que ligábamos los puñetazos perdidos, era un martirio ser su amigo, lo bancábamos porque era de fierro el loco. Me acuerdo una que lo sacamos re en pedo de un boliche para que no se pelee, nos compramos unas hamburguesas en un carribar y caminamos tranqui de vuelta a casa, cuando pasamos frente a un grupo de quince limpiavidrios que estaban chupando vino desde las ocho de la noche en el umbral de una cochera, uno me grita, ¡hey cheto! donde compraste ese choripán, instantáneamente lo agarre al Tapia con las dos manos y le rogué, no Tapia no por favor no, se zafó de mi sin complicaciones y le dijo al negro que había gritado, mirá grone (¡que caradura!, el tapia era el negro más caradura del planeta) esto no es un choripán es una hamburguesa, porque el choripán es comida de negro y además esta hamburguesa la compré en la concha de tu madre, se dio vuelta y me dijo, no te preocupes a estos si los apuras un poquito se cagan todos. Nos pegaron una paliza, que ni te cuento, el Tapia salió bastante bien parado, pero nosotros terminamos en la guardia del Cullen disfrazados de moretón.

Capitulo 2: La del sombrero cowboy.

Me prometí no salir más con el Tapia, que se vaya a cagar, siempre nos metía en quilombo o nos hacía quedar para el culo y siempre se las ingeniaba para a convencerte de que se iba portar bien. El colmo fue lo del casamiento de Gabriel Gómez Cello, ahí la terminó de cagar del todo, antes debimos pararle el carro, hubo varios antecedentes que nos anticipaban la desgracia, como el otro cuento del flaco del sombrero cowboy.

La del flaco del sombrero cowboy fue el límite, allí debimos pararle el carro o mandarlo a la mismísima mierda, era el anticipo a la fatalidad, hoy con el diario de ayer parece que era evidente que tarde o temprano iba a rebalsar el vaso. Ese día habíamos ido a bailar a Monte Vera que es un pueblito cercano a Santa Fe, allí las minas eran un poco más accesibles, al menos le sacabas charla y no te hacían quedar como un pajero como las conchetas de la city, la cosa que estábamos tomando un fernet, el tapia ya estaba en pedo desde antes de entrar al boliche y pasa este flaco con botas blancas y sombrero cowboy en composé. Vamos a decir la verdad, incluso ustedes le hubieran dicho algo, botas y sombrero cowboys blanco, recién compraditos, estrenados para esa fiesta, seguro pagó un toco de guita por esa pilcha, pero el flaco entró saludando a todo el mundo, saludó a los patovicas de la entrada con abrazos y grandes escándalos, saludó a todas la minitas, a los vagos de la barra, a los diyeis, parecía el dueño del boliche o del pueblo, no sé, pero seguro que conocía más gente que nosotros que estábamos de visitantes.

No va que el Tapia le saca el sombrero, se lo pone y empieza a hacer monería, se ponía las manos en los bolsillos como imitando tener dos pistolas y dos cartucheras y sacaba las manos apuntando con los dedos índices hacia adelante y los dedos gordos hacia arriba e imitaba el ruido de disparos y cosas así (acá también vamos a decir la verdad, nosotros nos despanzabamos de la risa y el Tapia se cebaba). El flaco tranquilo, lo dejó jugar un rato como controlando la situación y le dice al Tapia, mira no quiero quilombos devolveme el sombrero y cada uno a su juego ¿no te parece, gordito?, para que… dijo gordito, instantáneamente dejamos de reírnos y nos atacó la angustia pre-quilombo, el Tapia lo miró, le sacaba casi una cabeza al pobre flaco, así que tuvo que inclinarse para mirarlo a los ojos y le dijo, yo si quiero quilombo y le encajó un piña que casi lo desmaya. Con el Pampa dijimos ¡rrrajeeemos!, agarramos al Tapia como pudimos y lo arrastramos hasta la puerta, se nos escapaba por todos lados, quería quedarse a toda costa y nosotros queríamos irnos a toda costa. Cuando llegamos a la puerta le habíamos dado suficiente tiempo al flaco para juntar refuerzos y pucha que había tenido convocatoria, te juro no eran menos de 35 tipos en la puerta, los patovicas cómplices nos dieron el empujón final y cerraron las puertas del boliche a nuestras espaldas, no había escapatoria. Lo peor de todo es que cuando buscamos al Tapia había desaparecido, si escucharon bien, las dos carmelitas descalzas (Pampa y yo) quedamos solos contra 35 energúmenos, yo lo puteaba al Tapia en mil colores y el Pampa un poco más corajudo me dice, pongamos espalda con espalada, ahora parecíamos nosotros los cowboys, una ridiculez total. El tiempo no pasaba más, nadie daba el primer paso y nosotros ganamos tiempo en una posición que al fin y al cabo nos salvó la vida, estuvieron como cinco minutos hasta que uno me tiró una piña media blanda que alcancé a tapar con la izquierda y volví a la posición inicial junto a mi compañero. Ya se venía la debacle cuando se escuchó una frenada furtiva y la camioneta del Tapia aparece en escena de costado como si hubiera puesto el freno de mano y doblado bruscamente (le encantaba hacer esas boludeces cuando estaba en pedo) y la deja justo entre la multitud y nosotros. Y acá viene lo peor, ¡se baja con un Arma! y encañona al flaco del sombrero en el medio de la frente, no quedó ni el loro. Todavía me tiemblan las patitas cuando me acuerdo, nos subimos a la camioneta, el Tapia guardó el arma en la guantera y salimos despacito de vuelta a Santa Fe, como a los quince minutos el Pampa resignado le dice al Tapia, mirá si se te disparaba un tiro pelotudo y el Tapia le contesta riendo groseramente, pero si no estaba cargada gil y yo casi me tiro de la camioneta, ¡Tapia hijo de re mil puta!

Capitulo 3: El casamiento de Gómez Cello.

No hubiésemos vuelto a salir con el Tapia pero al poco tiempo, no sé como mierda, se pone de novio (una cosa que parecía imposible) y con esa escusa volvimos a salir juntos nuevamente. Se portó como un duque por dos o tres meses hasta el casamiento de Gabriel Gómez Cello. La novia del tapia (la invitada al casamiento), era una petisa colorada, hija de un productor agropecuario del interior de Entre Ríos y Gabriel Gómez Cello era el hijo de un importante distribuidor de fertilizante, nosotros fuimos como amigos del Tapia que le insistió a la colorada que nos haga invitar, en eso era de fierro, ligamos una fiesta a todo culo. La novia de Gabriel estaba más buena que el dulce de leche y ya antes de la joda el Tapia insistía con que la mina le tenía ganas, una boludez total.

Por supuesto que llegamos a la Iglesia y el Tapia ya estaba en pedo, su voz retumbaba y éramos el centro de atención de las miradas furtivas de los demás invitados, la Colo era cómplice y se divertía con nosotros, se hacía la rebelde way pero no sabía la que le esperaba. En la fiesta durante la cena el Tapia se paraba a cada rato y se iba al lado de la novia para sacarse fotos, hacía chistes malos, la ayudaba con esto, con aquello, estaba más pesado que tren a pedales. Al llegar el vals, mientras la novia bailaba con el novio y el padre de la novia y los demás familiares y amigos más cercanos se preparaban para seguirlo, el Tapia irrumpió en la pista, no Tapia, le dijo la Colo desconcertada, todavía no, pero ya estaba meta baile. La gente lo tomó con gracia, pobre jujeño, habrán pensado, no tiene ni idea como viene la mano, pero el Tapia sabía bien como venía la mano, lo que pasa es que para esa altura se creía con más autoridad que nadie.

Como vi forcejear a la novia mientras bailaba el vals con el Tapia, le pregunté al Tapia que le había dicho y me dijo, nada le dije que estaba muy flaquita que se lo decía desde un punto de vista médico y le pellizqué la cintura para mostrarle que le faltaban un par de rollitos para estar perfecta, es que me gustan más rellenitas viste, me replicó. Me cagué de risa, no pensé que podía pasar a mayores.

Después la sacó a bailar cumbia y la apretó de más, se veía a la legua, la Colo se calentó y lo fue a buscar y lo cagó a pedos, pero el Tapia ni bola, la mandó a la mierda y a partir de allí estuvimos solos los tres, bailando como si la Colo no existiera. La novia huía despavorida por toda fiesta, el Tapia insistía en que la mina le tenía ganas y nosotros, no se para que entramos en el jueguito, le decíamos, Tapia te está mirando y el Tapia se agrandaba como un sapo.

Como a las cinco de la mañana en un momento de distracción el Tapia la encaró mal, la invitó a coger directamente y luego una sucesión de hechos, que paso a detallar, desembocaron en tragedia. La novia le pega un cachetazo al Tapia (lógico), el Tapia le devuelve el cachetazo (una animalada), la madre de la novia salta a la defensiva (lógico) y también liga y cae al suelo desmayada (sin palabras), el tapia se ensaña con la novia y la vuelve a golpear tres veces, aparece el novio que también liga, saltan todos los familiares y el Tapia empieza a cobrar un par de puñetazo, patadas, sillas en la cabeza, un botellazo pero el loco se mantenía en pie volteando muñecos, parecía un espartano en el paso de las Termópilas conteniendo el avance del ejercito de Jerjes (como en la peli de los 300 viste). Continuaban apareciendo nuevos contrincantes con nuevos elementos que hacían crujir sobre el cuerpo estoico del luchador, he de confesar que nosotros un poco más apartados del quilombo encestamos un par de golpes inocentes para ayudar al solitario Tapia.

Al cabo de unos cuarenta minutos el salón imitaba un campo de batalla romano, decenas de cuerpos abatidos yacían alrededor del Tapia que para entonces había caído de rodillas ya sin fuerzas para combatir, mientras los últimos cuatro invitados en pie, dos mujeres y dos hombres, lo golpeaban con cajas de madera vacías de esas que sirven para guardar las copas de champan. Nosotros y un par de ancianos sentados en el fondo contemplábamos atónitos el cuadro cuando apareció la policía. Mientras estaban esposando al Tapia, me percaté que la novia ensangrentada de rodilla lloraba levantando el cuerpo de su madre, intuí lo peor.

Durante los meses siguientes, llovieron las denuncias en contra del Tapia, había más denuncias que invitados, un record total y ligamos nosotros en la volteada. Parece que la vieja no murió pero estuvo muy grave, le falló el bobo y no sé qué otra cosa, la pobre se recuperó a medias, media cara, una mano, una pierna, un desastre y fue contra el Tapia hasta las últimas consecuencias. Sobre nosotros recayó una pena menor y zafamos colaborando en un asilo de ancianos, en cambio el Tapia se comió un año en cana, no pudo zafar por la gravedad de las acusaciones que recaían sobre él. Pero lo peor fue que desde entonces nunca más nos invitaron a una fiesta, ni nuestros familiares más cercanos, y pensar que creí que nunca más lo iba a perdonar.

viernes, 18 de febrero de 2011

Aprender a jugar

Me enseño a jugar ajedrez y adelanté los peones, moví las torres y los alfiles hacia el infinito, aprendí la libertad de la reina y la importancia y las limitaciones del rey, por último entendí los saltos esquivos del caballo traicionero. Me motivó a aprenderlo dejándome ganar convenientemente, pero no aprendí a jugar sino hasta que no se dejó ganar más y perdí hasta el hartazgo. Durante años insistía engañado por aquellas primeras partidas, convencido que podía ganarle y seguí jugando y perdiendo, al cabo de unos años me preguntó si no me aburría de perder todas la partidas y le respondí ¿no te aburres tú de ganar todas la partidas?.

miércoles, 2 de febrero de 2011

La mancha

Amaneció temprano porque el cielo despejado no entorpeció la intrépida irrupción de los primero rayos solares en aquella ciudad aún dormida, sin edificios que se interpongan en su camino, el sol pudo iluminar toda la ciudad de este a oeste proyectando las largas sombras de las bajas casas hacia el infinito.

Como siempre los dormidos gozarían de un par de horas más de sueño y los despiertos tenían un nuevo compañero que sin saberlo pasaría a formar parte de este último grupo por algún tiempo. Eran parte de los despiertos, el ordenanza que limpiaba lentamente las primeras aulas del único colegio municipal, el intendente que se preparaba un cargado desayuno, dos policías de guardia que tomaban mate con biscochos en la comisaría, el panadero que amasaba y amasaba junto a su fiel empleado, un par de barrenderos que se paseaban por las calles y ella. Ella no se despertó temprano, no se despertó porque tampoco se acostó, se quedó despierta toda la noche sentada en su pieza frente al espejo de la cómoda antigua de roble que le regaló su abuela. Entre el espejo y ella había una bolsa de hielo, un bife cortado grueso, cremas varias y todo el maquillaje que había en la casa.

Su bello rostro adolecente dejaba sobresaltar una inmensa mancha bordó rojiza que rodeaba su ojo izquierdo, aún se notaban las marcas de los nudillos sobre sus cejas, se había peinado, lavado, maquillado, pero aquella mancha se había obstinado con su rostro, se agrandaba y lejos de desvanecerse se fortalecía.

Me duele el golpe, pensaba, me avergüenza amarlo todavía, que voy a decir en el trabajo, que voy a decirle a mamá, que voy a decirle a mi amiga, (suena música de calamaro), se enciende la luz del celular y en la pantalla aparece: “mi chico”. No atiende, le duele el orgullo de sus propias palabras condenando la cobardía de su amiga, le duele ser ella la cobarde. La chica independiente que conquistó el puesto de encargada del sector cobranzas, no podía llegar a la oficina con semejante manchón en la cara, le duele no poder dejarlo, no poder odiarlo, le duele la indignación consigo misma.

En el oeste el sol se esconde lentamente en una hermosa tarde despejada, para ella haber faltado al laburo es inconcebible, sigue sentada frente al espejo observando su rostro manchado y cansado. El tiempo ha pasado volando, entre el dolor y el pensar, entre la vergüenza y el orgullo, entre la cobardía y la indignación. Calamaro ha sonado varias veces, primero “mamá”, luego “negra”, un par de compañeros del laburo, “mi chico” varias veces y otros números que no estaban en el directorio. La noche se hace eterna, el tiempo se congelo, su cabeza se tambalea de lado a lado, pero no se duerme, el dolor se hace más intenso, refriega el maquillaje sobre el manchón, duele. La noche es larga, piensa que en el trabajo ya nadie la respetará, su lucha ardua por aquel puesto arrojada a la basura en un santiamén, imagina los rumores de la oficina defenestrándola, haciendo de aquella chica segura el hazmerreir de Cobranzas, ha perdido la posibilidad de otro ascenso, ha sentenciado su carrera. Si no lo hubiera enfrentado tan sagazmente, hubiera evitado su furia, quizás no hubiera pasado de una rencilla inocente como tantas, le duele su indulgencia, el dolor ha conquistado su rostro y se ha convertido en una migraña insoportable.

Un nuevo amanecer más bello bañó las calles de la ciudad, la primavera aportó lo suyo para completar la decoración de la plaza principal, donde todos daban la vuelta del perro los domingos, los despiertos de siempre, en silencio estaban lejos de sospechar el dolor de ella. Allí, seguía despierta sin poder moverse de enfrente de aquel franco reflejo de una realidad que se deterioraba, ahora se sumaban inmensas ojeras en composé con la mancha. No dejó de sonar calamaro y luego el timbre, la que más insiste es su madre, sabe que le molesta que la hostiguen, no es la primera vez que desaparece por varios días, pero nunca ha faltado al trabajo sin avisar. Mi madre no me perdonará si no lo dejo, piensa, no podrá entender mis sentimientos, este amor incondicional y perverso, si me hubiera golpeado donde yo pudiera esconderlo con mis ropas, porqué en la cara, porqué en el rostro, porqué un ojo en compota, nada más evidente, maldita suerte, maldito destino que me condena, se ve a sí misma como la mujer golpeada que solía ridiculizar, no puede odiarlo y se odia por ello.

Débil, cansada y dolida no tiene fuerzas para sobrellevar despierta una noche más, quiere atender el teléfono pero le duele tanto el cuerpo que no puede levantarlo, soy igual a todas piensa, solo he estado fingiendo ser una mejor mujer, soy esclava de mis circunstancias. Mira el reflejo de su rostro manchado, ojerudo, hinchado, excedido en maquillaje, le repugna su imagen, siente el hedor del bife que ha comenzado a podrirse, el dolor se ha apoderado de su cuerpo, de la imagen reflejada en el espejo y ha doblegado su espíritu, no tiene agallas para el suicidio pero tampoco tiene fuerzas para salvarse.

Mientras tanto en la ciudad un nuevo amanecer comienza, sus ojos han vencido la inercia y permanecen abiertos, el espejo le devuelve una imagen confusa de una mujer desfigurada por los golpes, una decena de años mayor a ella y una expresión de dolor inconfundible, si tuviera fuerzas la mataría sin más, la mataría porque la odia y la mataría para dejar de sufrir. Ella no percibe sus labios resecos, su boca empastada, su corazón acelerado, el repugnante olor de sus secreciones, con la mirada clavada en su mejilla vio desmoronarse la imagen que tenía de sí misma, sigue amando a ese cobarde infinito que la golpeó y lo perdonaría, pero no se perdona no odiarlo y más dolor siente y se resiente. Ajena a su tormento la ciudad impuso su siesta, vació las calles de asfalto y tierra y un silencio de ultratumba invadió el espacio, pudo sentir el silencio, el vacio, la siesta, como flashes fotográficos pudo ver su rostro joven nuevamente detrás de la imagen confusa de esa mujer mayor desfigurada por los golpes cuando bajo sus brazos, cerró sus parpados y se desvaneció a los pies de la cómoda antigua de roble que le regaló su abuela.